El despertador ha sonado como cada día, pero… ¡qué rica está la cama!.  Estar unos minutos más de lo habitual, unos minutos de suave pereza, me han retrasado la mañana y decido dejar el coche para coger la guagua.r48_desdecoordinadoraanamengibar2

Nada más salir de casa, a escasos metros, encuentro un coche aparcado sobre el paso de peatones. Sigo caminando y veo como unos colchones y una lavadora vieja, impiden el paso. Los han colocado entre la pared de un edificio y los contenedores de basura. Supongo que los pusieron para que se los llevara el camión, pero está amaneciendo y no los han retirado. Continúo mi camino y al doblar la esquina encuentro unas vallas amarillas que rodean una zanja de la calle en obras. Las vallas están puestas de manera que para pasar tienes que bajar a la calzada, rodear unos coches que están aparcados en batería y volver a subir a la acera para continuar.

Casi llegando a la parada de la guagua hay una tienda de regalitos. Ha llegado un camión de mercancías y su conductor lo ha subido a la acera. Descargan unos grandes paquetes. El operario que lo hace, como son pesados, los va dejando junto a la puerta de la tienda, desde donde otro señor los va entrando, tomándose su tiempo.

Y llego a la parada. La guagua que se acerca no es la mía, pero sí de las tres o cuatro personas que esperan. Todos se marchan y yo me quedo a solas bajo la marquesina. Aún no ha amanecido del todo y en la soledad del día que va a dar comienzo, pienso en mis hijos y en su discapacidad. Y no pienso en ellos por casualidad, lo hago porque repaso mentalmente la cantidad de obstáculos que he encontrado desde casa hasta allí: el coche sobre el paso de cebra, los colchones y la lavadora creando un muro infranqueable, las vallas de la obra, el camión sobre la acera, los grandes paquetes acumulados impidiendo el paso en la puerta de la tienda…

Entre todos qué difícil se lo ponemos a las personas con discapacidad. A las personas que van en silla de ruedas, a los que necesitan ayuda para caminar, a los ancianos, a los ciegos…

No nos damos cuenta de que ellos necesitan esos espacios. Que una simple valla mal puesta, un simple cajón a mitad de acera, un coche aparcado fuera de su lugar, les hace perder el único recorrido que pueden hacer o el único que tienen memorizado.

r48_desdecoordinadoraanamengibar3Confieso que no estoy en condiciones de afirmar que yo nunca haya hecho alguna de estas cosas. Probablemente las hice, producto de no haber caído en la cuenta de la importancia que tienen. Pero hoy en día tengo una tremenda conciencia del problema, que no es por casualidad. Lo vivo a diario. He sido espectadora, de primera fila, de lo que cuesta tener autonomía, aprender a utilizar un bastón, lo que cuesta reconocer los sonidos de la calle… Y de qué vale todo ese aprendizaje si luego, somos nosotros mismos, los que impedimos que estas personas puedan aplicar sus conocimientos y  ejercitar el derecho que tienen a la movilidad.

Desde el año 2003, año europeo de la discapacidad, se comenzaron a oír voces que pedían la eliminación de barreras arquitectónicas y se hacían declaraciones institucionales al respecto, en las que se prometía trabajar en pro de la accesibilidad. Tristemente, en la mayoría de los casos, declaraciones institucionales que quedaron en un “cúmulo de buenas intenciones”. Partidas presupuestarias que no se dotaron, convenios que no se formalizaron, trabajos que no se desarrollaron…

Tampoco se ha colaborado en despertar en los ciudadanos una conciencia solidaria. Cada uno de nosotros tiene que poner su granito de arena. La forma de hacerlo es la más sencilla y natural de las maneras. Simplemente tenemos que ponernos en su lugar.

De pronto una voz me rescata de este hablar conmigo, de  mi mental paseo  por la realidad. Oigo como alguien me dice: “Perdone, ¿me puede decir si ha pasado la novecientos siete?” Cuando me giro para contestar, veo a una guapa muchacha, bastón en mano y una ristra de cupones para vender. La conozco. Sé que ha tenido que hacer el mismo recorrido que yo para llegar a la parada, y se que le habrá costado muchísimo llegar… “No ha pasado ninguna desde hace rato” le respondo y me dedica una bonita sonrisa, al tiempo que me dice: “gracias”. Un suspiro intenso la relaja. Soy capaz de entender su agobio. Estoy segura de que se lo ha producido la angustia de encontrar tantas dificultades en el camino y las que aún le quedan por salvar para llegar a su lugar de trabajo.

La guagua ha llegado. Mientras subo y tomo asiento, sueño con un mundo solidario. Sueño con la igualdad para todos. Sueño con el reconocimiento de los derechos que tienen las personas con discapacidad, que son los mismos que los míos o los de cualquiera… Sueño despierta que existe el compromiso de todos para corregir estas situaciones… Sueño…

¡Cuánto me gustaría que se hiciera realidad mi sueño!.

Ana Mengíbar.

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